Apenas unos días después del estreno de la última película de Woody Allen, rodada en Barcelona, con actores de moda como Scarlett Johansosn, Javier Bardem y Penélope Cruz, y que seguramente actuarán de sugerente reclamo para algún espectador despistado, sigue palpitando aún en mi escasa memoria su penúltima historia, aquella que llamó Cassandra´s dream.
Palpita y cada vez que se recoge perturba una conciencia pintada de gris. Aunque le cuenten que hubo un día que no fue así y que sus paredes lucían un blanco luminoso e inmaculado. La normalización de cualquier situación es el vestido del fantasma que ahora acompaña las noches de insomnio. Ese instrumento psicológico renombrado y utilizado para hacernos más fuertes, capaces de enfrentarnos a cualquier situación adversa. El miedo y la ansiedad son enemigos que sucumben fácilmente ante la exposición primero, la repetición después y la normalización como objetivo final. El gris no es tan sucio como parece e incluso con la luz del día lo transforma en ese blanco que buscabas.
Woody Allen vuelve a construir personajes en torno a una trama que se encierra bajo la etiqueta de thriller psicológico, buscando una salida imposible a medida que se van cerrando puertas y ventanas. La historia fluye y el espectador sufre el declive de los personajes como en un réquiem por otro sueño efímero. Tanto que esa salida deja de ser imposible bajo el prisma de la normalización y una vez expuesto parece difícil parar.
Y ahora veo la serie de moda, donde resulta que el protagonista es un asesino en serie, que corta en pedazos a sus víctimas con imágenes explicitas de un extraño ritual. Donde la repulsa se va retirando y los ojos se abren a pasos de 45 minutos que se enumeran por capítulos. Tanto que al final sientes cierta empatía por un personaje ficticio, donde su infancia parece querer explicar su comportamiento y sus actos se justifican como si quisieran convencerte de lo que estas viendo. Y apuras la cena en un televisor tintado de rojo sangre.
Lo peor es que no todo es ficción y que la realidad golpea con sucesos que llenan los minutos de los telediarios y las portadas de periódicos, normalizando cualquier situación perversa, la misma que quiso reflexionar el director neoyorkino bajo un sueño que se repite en cualquier época y lugar.