Ocurrió todo tan rápido que, incluso en el Estado de la Permanente Urgencia, hubieran deseado tener una cámara superlenta que devolviera los recuerdos a su velocidad inicial. Perdido entre todos los testigos, desearía que hubiera un panel en el que todos ellos se mostraran ordenados con fecha, hora, título, descripción, lugar y duración. Desearía también que hubiera un botón que eliminará todos las demás opciones y que en lugar de contar todas las ausencias, pudiera reencontrarse y descubrir ese presente que se esconde detrás de cada una de sus presencias.
De todas las sombras que amanecen en un callejón oscuro, hay diez segundos que salvan una mirada cómplice que duda si empezar o no. Mientras, el sonido de la espera se debate entre gritos ahogados, ojos de silencio y conversaciones saladas.
Unos segundos antes que todos estos recuerdos se mezclen en cuerpos extranjeros y que las luces se enciendan y la música, que ahora no les pertenece, acabe siendo olvidada, existe el vértigo de un punto de no retorno. Un lugar futuro que marca un momento en el que ya nadie podrá rescatarnos. De pie entre el abismo de la primera vez que ya nunca volveremos a reconocer vestida de tiempo y urgencia.
Porque ya se han mirado, los cables están conectados y las luces están encendidas. Ellos se giran y el anfitrión dice que quedan diez segundos. Las mentiras se congelan ante la duda de una segunda oportunidad mientras otros se abrazan porque sobrevivieron a la distancia.
Ella se agacha sobre su guitarra y su pelo describe un camino que siguen sus pies en el suelo.
Ella tiene un brazo en alto y sus labios saborean un silencio de diez segundos.
Y en esos diez segundos aún no contestaré a tu pregunta, pero sabes que siempre me vestiré de frío y llamaré al timbre de la sorpresa, donde siempre guardan el aliento del superviviente y un sueño que quiere encontrarme.
No encontré palabras para contar lo que ocurrió diez segundos más tarde, no sé si importa, y sé que es tarde, pero esta vez quería despertarte.
