Concierto de LIsabö + Ainara LeGardon
Concierto de Lisabö + Ainara LeGardon
16/08/2008
Sala Moby Dick, Madrid
Las luces se apagan. Silencio. Eneko e Iban se miran. Están sentados cada uno frente a su batería. Repasan y miman cada detalle, corrigiendo la posición de micrófonos, platillos, bombo y caja. Ajustan las tuercas de última hora, se frotan las manos. Mientras, Karlos, Javi y Jonyu tienen ya sus guitarras al hombro. Los tres están de espaldas al público. Cada uno enfrente de su amplificador, expectantes, aguardando en silencio la señal de salida, saboreando los últimos instantes de silencio. Los tres se agachan sobre sus guitarras y bajo. Empiezan a tambalear su cuerpo hacia delante y hacía atrás, en cada movimiento su pie derecho roza el pedal, esperando impaciente a que todo comience.
Eneko e Iban se miran y levantan las baquetas. Pero antes silencio.
No era carnaval aunque esquivamos hordas de vampiros y zombies ensangrentados que salían de una sala cercana. No era primavera pero este invierno transgénico y reinventado nos cede una tregua para la noche del sábado. Temperatura perfecta para la espera y reencuentro.
Más de una hora antes del concierto, la gente empieza a llegar, y sin decir nada, y sin previo aviso, comienzan a esperar unos detrás de otros en riguroso orden de llegada. La cola que en principio serpenteaba las inmediaciones del Moby Dick, comienza a coger calor, color y a engordar con la llegada de amigos y conocidos. Expectación como nunca. Lleno total. Gente esperando por el descuido, porque la suerte se vuelva aliada por un instante y que la sala crezca de repente como en el cuento de Lewis Carroll. Los organizadores están nerviosos, mucha gente y todos esperan impacientes por su entrada.
Se abren las puertas de la sala.
Las luces están apagadas. Tienen los ojos cerrados, como en una especie de conjura o plegaría que alzar antes de lanzarse al vacío. La cabeza inclinada en una especie de reverencia hacía el amplificador que esta noche llevará la música hacia todos los rincones de la sala. Y no sólo llegará un sonido multiplicado, esta noche tiene una nueva misión: romper barreras y corazas. Ella mira desde una esquina del escenario. La anfitriona del evento se muestra feliz, cómplice, orgullosa por el desenlace de la cita. Mira hacia atrás y no logra ver nada, sólo decenas de cabezas con la mirada fija en el escenario. El escenario esta aún a oscuras. Se escapan murmullos y gritos ahogados de las primeras filas.
Eneko e Iban se miran y levantan las baquetas. Pero ella antes, acompañada de Alfons de Nisei en la batería, llenaba el escenario con su guitarra al hombro y su elegante vestido gris.
Ainara LeGardon sube a su escenario, al de siempre, ante su publico, el que vuelve a verla una y otra vez. Cambian sus compañeros de viaje pero si su nombre aparece en el cartel significa que es parte de su personal apuesta, una especie de apadrinamiento musical. Aquellos que seguimos su música sabemos que no está ahí por casualidad. Ella quería estar esta noche ahí. Ella quería que Lisabö estuvieran allí más que ninguno.
Comienza con canciones que se han convertido ya en clásicos y que impregnan las paredes de la, hoy por hoy, mejor sala de conciertos madrileña. Pero después de la tercera canción, deja la pua de la guitarra encima del amplificador y empieza un paréntesis donde pudimos escuchar sus nuevas composiciones. Arrancando la melancolía de las cuerdas de su guitarra con el suave roce de sus dedos.
Eneko e Iban se miran y levantan las baquetas. Las golpean una contra otra. El pie de Karlos golpea ahora el pedal, mueve la guitarra en círculos delante del amplificador. Suenan una distorsión ahogada. Se encienden las luces.
Javi golpea su pedal y ruge su guitarra. Eneko e Iban se miran por última vez, bajan las manos a la vez y asaltan sus baterías. El público grita. Jonyu aguarda aún. Sigue con los ojos cerrados, inclinado sobre su amplificador, moviéndose hacía delante y hacía atrás. Ahora, llego el momento. Jonyu arranca su bajo poderoso, mientras Javi y Karlos avanzan hacía sus respectivos micrófonos.
Y gritan.
¡Y gritan! Y gritan como si les fuera la vida en ello. Hazi Eskukada I.
Pero antes silencio. Por un instante pasan imágenes en forma de recuerdos de aquellos conciertos que de alguna forma me marcaron. Por suerte han sido muchos. Vi a los Rage Against the Machine en aquel primer Festimad inolvidable. Recuerdo el concierto de los Smashing Pumkings en la explanada del Guggenheim de Bilbao presentando su Adore. La reunión de los Pixies en el Primavera. Radiohead en el FIB. Grandes glorias como Sonic Youth y Dinosaur Jr. Los Tindersticks en el patio de la casa de Lorca en Granada. PJ Harvey en Salamanca. Tantos y tantos. Pero esto que esta viviendo ahora era distinto. No consigo explicarlo.
¡Y gritan! Y gritan como si les fuera la vida en ello. Con micrófono o sin el. Y nos dejamos llevar. Y da igual el idioma. Ezlekuak, los no-lugares.
(*) “No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola...”
Ezlekuak. El disco de portada blanca. Inocencia robada por los años oscurecen poco a poco. Por un instante no siento el frío contacto del hierro del cañón moviéndose en círculos alrededor del corazón.
(*) Corazón tan blanco. Javier Marías. Alfaguara. 1999.

