Lisabö, Ezlekuak
Lisabö
Ezlekuak
Bidehuts, 2007
Dices que las aves siempre saben donde tienen que ir en sus movimientos migratorios. ¿Cómo era? Sí, ahora recuerdo, parece ser que estaba impreso en su código genético toda la información sobre donde y cuando tienen que volar. El conocimiento pasa de padres a hijos sin malgastar ni una palabra.
Ahora pienso en ello, mientras la autopista atraviesa la montaña, herida de muerte y convertida sin quererlo en dos piezas que jamás volverán a unirse. Veo a esa extraña ave. Sufriendo sorprendida de extrañas corrientes de aire provocadas por la desaparición de la ladera. Busca un lugar donde apoyarse, ese sitio grabado en sus genes, donde debería poder descansar. Lucha por subir un poco más e huir de los coches que pasan fugazmente, convertidos en una especie de arma dispuesta a arrasar con todo aquello que se ponga por delante.
“No debería ser así”, pensará ese pequeño pájaro que mueve sus alas sabiendo que su vida pende de un hilo. Hemos construido un nuevo no-lugar.
Pienso en esa montaña y recuerdo aquel bosque. Vienen a mi memoria los peligros que anunciaban los mayores. El miedo que nos daba internarnos en él. Un falso temor que se convertía en una extraña atracción cada vez que estabas a su lado. Sentías la invitación y no dudabas en avanzar unos pequeños pasos. Recuerdo que poco a poco esos pasos se convertían en distancias cada vez más generosas.
Dentro de aquel bosque el tiempo parecía detenerse. Creía que era mi lugar, o mi no-lugar, allí sólo, rodeado de árboles que apenas dejaban ver la luz del sol. Me parece que ha pasado una eternidad.
Ahora lo atravieso montado en mi coche a casi 120 km/h. Las distancias se acortan, los tiempos se reducen, son los argumentos que esgrimen satisfechos los ingenieros. Todos pueden ir más rápido y estar antes en su destino.
Intento ver por el espejo retrovisor que fue de aquella pequeña ave despistada. No consigo ver si consiguió llegar al otro lado. Ya no hay bosque aunque en sus genes siga grabado que allí una vez hubo cientos de árboles, y que tendría que haber descansado allí unos días, para recobrar fuerzas y proseguir su largo viaje. Pero tampoco ve a sus compañeros, esos que se suponen que deberían estar también ahí para no dejarle sólo en este intento.
Intento acordarme de todos los sonidos de aquel bosque, de aquellos que solía escuchar con los ojos cerrados. Apenas consigo identificarlos con claridad. Golpea la memoria aquel tiempo y pienso por un instante que aquel momento si que fue mejor, aunque no fuera verdad. Supongo que con el extraño deseo de sentir una falsa nostalgia y emprender el esfuerzo por recuperar algo que nunca volverá. El tiempo lo ha convertido en otro no-lugar.
Está oscuro, no me dado cuenta de la hora que era. Lo único que se ve es la luz amarilla del estéreo. El disco terminó. Me levanto otra vez con un nudo en la garganta. Nunca fui capaz de llorar. Saco el disco y lo vuelvo a dejarlo dentro del cartón blanco.
¿Cómo sigues ahí si no es ese tu lugar?
La vida, la puta vida.