Toundra, II

La puerta roja siempre se abría alguna vez, aunque nunca sabías cuando iba a pasar. Era muy complicado de predecir. Aunque te pasaras media vida esperando y analizando su comportamiento, añadiendo factores, eliminando hipótesis, la formula mágica cada vez estaba más lejos. Había veces que no paraba de entrar gente y luego el ritmo cesaba hasta pasadas varias horas, incluso días. Daba igual que fuera de día o de noche, que hiciera frío, calor, lloviera o nevara. La puerta roja siempre se abría alguna vez, aunque nadie sabía cuando.

Desde la puerta roja empezaba una hilera de gente que se perdía entre las calles de alrededor. Algunos estaban de pie, otros sentados. Todos trataban de llevar la espera de la mejor forma posible. Unos reían pensando que ya estaban cerca, otros porque nunca llegarían. Había lágrimas y desconsuelo, justo cuando aquel con el que habías pasado todo este tiempo perdía la fe en este ritual sin sentido.

En el suelo, justo antes de llegar a la puerta, había huellas de libros y guitarras. De hojas escritas, tachadas y arrugadas. De cuerdas y mástiles rotos. Los sueños, la ilusión y el desencanto jugaban con el barro que traía la lluvia de la última noche.

Se oye un estruendo mezcla de silbidos y aplausos. La puerta roja acaba de abrirse y la hilera avanza despacio un par de metros. Los que antes esperaban escriben sus nombres en una hoja en blanco. Un tipo les repite una y otra vez la misma frase aprendida, recordando con el dedo índice elevado que sólo tenían una oportunidad.

Tienes treinta segundos si vas a tocar o puedes leer tres páginas si es un libro.

Cerca de allí estaba la puerta dorada. Cuando salía el sol por la mañana resplandecía iluminando totalmente la calle. Delante de ella había casi la misma cantidad de personas esperando. Pero la espera se disimulaba con el silencio, sólo había el murmullo del último repaso en los labios de los que buscaban un punto de apoyo.

En el suelo, justo antes de llegar a la puerta, había huellas de corbatas de seda, tacones rotos y proyectos que aún olían a revolución innovadora. Ahora estaban manchados con el barro y el agua estancada entre los azulejos rotos de la acera.

Cuando la puerta dorada no había ningún sonido que la acompañase. Sólo más silencio y el movimiento calmado de otra hilera que avanzaba un par de metros. En la puerta apuntan un nuevo nombre con una pluma plateada. El tipo de elegante traje azul oscuro ofrece una identificación al nuevo candidato. Detrás de su nombre hay una frase impresa. La misma para todos. El mismo desafío para el que todos estaban preparados.

Tienes un minuto para convencerme.

La ciudad estaba llena de puertas de colores e hileras de gente que avanzaban despacio. No se daban cuenta que la mayoría iban desnudos. No se reconocían detrás de máscaras que ocultaban sus rostros. Ni siquiera sentían el dolor de las flechas clavadas en el pecho.

La ciudad recobraba su vida justo cuando caía el sol y se oscurecían las calles. Había un momento, justo antes que las luces de farolas, portales, edificios y locales comerciales devolvieran la iluminación perdida, que todo permanecía en sombras. Era una sombra que aún conservaba el color de los últimos rayos de sol. Ese momento olvidado se transformaba en un lugar. Las puertas apenas se distinguían de las fachadas de los edificios y no podían abrirse. Ese tiempo olvidado a veces podía durar unos minutos, otras incluso un par de horas. Con la luz empañada de oscuridad, se distinguían las cicatrices de los edificios, grietas que fueron tapadas con nuevos materiales, más vistoso, más modernos, que ocultaban así el paso del tiempo. A ese lugar de duración imprevista y limitada lo llamaron Toundra. Los sonidos huían de edificios enfermos y se escondían por un callejón antes de volver más fuerte por la calle siguiente. La gente sentía, por fin, el dolor de su pecho. Se quitaban las máscaras y se miraban sin vergüenza. Con sus manos ensangrentadas recordaban sus cuerpos y alimentaban sus sentimientos olvidados. La música irrumpe rompiendo el silencio. No hay fronteras de tiempo. No hay más juicios. No hay competiciones. No hay más prisa.

Unos 45 minutos más tarde, la luz, artificialmente creada, devuelve la rutina y el alivio desaparece.

Toundra, II
Toundra
II
Aloud Music (2010)